En 1990, y tras una profunda reflexión sobre su obra y su vida artística, da un vuelco en su producción y retoma el lenguaje de la escultura en hierro.
Esta nueva andadura, se ha centrado en la escultura mirando sin nostalgia a las vanguardias históricas y al movimiento indigenista canario.
Para realizar esta obra, acude a los astilleros. Allí, en medio de la tecnología naval, encuentra pedazos de lo que vulgarmente se denomina chatarra y, que para el artista, esos “objetcs trouvés” se convierten en el “vacío de lo útil”, configurándose como elementos paradójicamente primitivos que ensamblados dan forma a posibles esculturas que hacen referencia a las vanguardias históricas y, de paso, vuelve a establecer la íntima relación entre el “yo” artista y la materia, trocando así la praxis aséptica anterior de su obra por la emoción y los sentidos del taller, por dar forma a la intuición y la necesidad vital de sentir la materia transformándose mediante el hecho volutivo del demiurgo y, recuperar en definitiva, lo que Mircea Eliade definía como “el tiempo sincopado”.