(Carta a Leopoldo Emperador)
Volviste a la tierra para traer el placer de la materia y con ella el África del Zambeze con su arcana virginidad; y de allí tomaste sus vestigios que ahora fermentan en este acero negro. Esta vez entiendo tu ausencia del mundo, de este cotidiano, para adentrarte en otro y sustraer de él nuestros orígenes. De tí se adueñó ese letargo que te ha hecho sumirte en los cimientos de la humanidad excavando en la sensualidad primitiva, exótica y caliente.
Fuiste al corazón del continente, y bebiste de la opulencia y la esterilidad negra para posteriormente modelarla y darle siete formas diferentes en rostros y cuerpos. Y de nuevo el número 7, siempre 7. Tus personajes del artista y la modelo se encuentran cerca de una fuente de oro rodeada por terrizos gigantes que bajo la lluvia se visten de una extraña magnificencia por el sol crepuscular. Detrás del bello paisaje, el resto de las esculturas que a su vez custodian una entrada a algún lugar. Puedo ver una guirnalda de ocres y rojizos pertenecientes a ese paisaje imaginario que dibujas con tus esculturas. Huele a África. Destellos de marfil, color de ébano y cielo carmesí.
Confío en la emoción por ti experimentada que hasta otros llega para disfrute colectivo. De esta firmeza contenida que aquí desplegaste para deleite de los sentidos. Admito tener que rodear con los brazos y con la mirada estas piezas una y otra vez para descubrir en cada giro un recodo de acero nuevo, de insólitas formas y de enigmas que narran historias de estatuas Fang, eternas guardianas de tumbas.
Son formas que parten de un hábitat poseído por el éxtasis de la fe primigenia. Esas figuras, algunas altas, magras y desencajadas, excitan la fantasía del foro que aclama: ¡unas son longilíneas, otras curvilíneas!. Tu logras la mutación, artista-demiurgo y dispensador de la fuerza vital a todo lo que no existe, a lo que es materia inerte y sin embargo ésta renace poseída por el ímpetu de las manos creadoras del artista del amasijo de hierros, del acero, de los objetos encontrados, de las visitas a los astilleros. Ha tenido que ser de este modo: el de concurrir en esta etapa de la creación madura para que de este modo el artista fije en el placer de la materia las vanguardias que años atrás asumió y que ahora le han convertido en labrador de la materia. Al son del tam-tam los tambores africanos suenan, entonces el veneno bordea la delicia, tal como el feismo de algunos rostros que tu representas se apoyan en suculentos cuerpos, bellos y sensuales. Salido de las profundidades milenarias del instinto, de nuevo los tam-tam baten alrededor de esta reserva escultórica que habla de manes ancestrales, de totem, de rostros que, con sus grandes y lineales ojos de animales de la sabana, parecen emerger de la noche de los tiempos.
Nuria G. Gili.