Jueves, 28 de octubre de 1999
Hasta el 3 de noviembre, inclusive, se exhibe en la sala de exposiciones del Club Prensa Canaria la última muestra de Leopoldo Emperador, nombre clave de la Generación plástica del 70. Once esculturas de pequeño formato transmiten calidez y emotividad, y confirman el cambio de rumbo respecto a las instalaciones con neón, a la obra minimalista de hace años, a la referencia conceptual. Este regreso a la figuración puede ser contemplado como una ceremonia para recuperar las emociones; obviamente quedan rasgos de la anterior etapa, por ejemplo el intento de rigor, el deseo de afinamiento y coherencia, el sentido de la puesta en escena, el barnizado de los soportes con la misma coloratura de las piezas, la observación del lugar en el que la creación se enmarca, el estudio de la propia ubicación de cada obra bajo los focos. Pero también quiere Leopoldo deshacerse del ejercicio de teorización y cripticismo tan habitual en la postmodernidad, pretendiendo que la obra hable por sí misma. El diálogo entre la materia y el artista se intensifica, frente a la frialdad de la línea recta el dibujo se afirma en el espacio, resaltándose el valor del hueco. Dicho en palabras de Chillida, la escultura es el espacio ocupado y el vacío. La interpretación del entorno es también cuestión clave: las esculturas se posicionan frente a la pared, acarician los rincones, se imponen en el juego de luces para impregnar la sala. Una exposición de alto nivel estético en este comienzo de temporada 1999-2000.
Once obras que parecen contagiadas por los puestos callejeros de arte africano, esa oferta en ébano o palorrosa que podemos ver en Maspalomas o en el mercadillo de Teror los domingos: esa versatilidad, esa viveza. No en vano esta sociedad ecléctica y esta latitud aportan una mirada diferente, y partiendo de ahí Emperador da un golpe de efecto con la misma naturalidad con que admite su admiración por Martín Chirino. No se trata de una mirada nostálgica sobre el cubismo, sino que – dicho por José Otero – los dioses habían muerto pero quedaba la hermosa y sencilla historia de los seres humanos contándose sus cuentos, inventando sus formas; la vida golpe a golpe. Aceros de hermosa pátina, tan cálidos al tacto, traen una exposición que no genera indiferentes porque sorprende el afinamiento de las figuras, su imbricación en la sala. Formas y movimientos que nos llevan al mundo de los herreros, a Gargallo, Picasso. Como dice Emperador, la dictadura estética norteamericana de las últimas décadas, los designios del mercado, los galeristas y los museos llevan a callejones sin salida, por eso cuenta la libertad del artista, la posibilidad de recuperación de lenguajes que quedaron truncados por las grandes tragedias del siglo, y que de pronto parecieron antiguos por imposición de la crítica. Pues el David de Miguel Angel en Florencia no está pasado, sino que está vivo. He aquí el producto de diez años de reflexión indagando en las vanguardias históricas como referente obligado para una reinvención del lenguaje escultórico en el cambio de siglo; Manhattan queda lejos, Las Canteras anda más cerca. En definitiva, el camino hacia la madurez.
Luis León Barreto