En 1992, Emperador presentaba en el CIC grandes máscaras y rostros totémicos en hierro, unidos a elementos y signos geométricos muy diversos. Este collagismo en tres dimensiones, a veces más cerca del relieve que de la escultura se decantó entre la citada fecha y 1995 hacia formas iconográficas semiabstractas, surgiendo seres y personajes en las dos exposiciones que el escultor tituló Na-àNIMIS (Centre d’Art de Santa Mónica, 1993 y Casa Gourié de Arucas, 1995).
La volumetría plana con inflexiones curvas que servía los fines de un africanismo pictórico trasladado al hierro ha dado paso al final de la década a un refinamiento formal y a composiciones más clásicas donde el modelado es más sutil y más sinuoso, sin perder de vista el aspecto primitivista que caracteriza esta etapa de la producción de Leopoldo Emperador.
En esta etapa el escultor aúna múltiples referencias a las formas vanguardistas clásicas del siglo con su gusto siempre subyacente por la geometría dura y rectilínea. En Bazaar, parte de cuya obra se reexpone en Baraka, asistíamos a una figuración escultórica elaborada y madura, a imágenes de composición estudiada y acabada con reminiscencias déco, brancusianas y giacomettianas. Esta nueva manera que revela además una soltura y experiencia técnica superior, (a principios de la década el corte tendía a ser el proceso sobresaliente) nos brinda composiciones delicadas como es el caso de Perplejidad, comentario no exento de humor sobre la maternidad, pieza llena de equilibrios que nos propone una especie de coreografía para ballet entre madre, bebe y carrito.
Asimismo el humor domina varios retratos, como Mi amigo el poeta y el autorretrato como Bebedor de cerveza, que deberíamos clasificar junto al bodegón que el artista presentó en la exposición Arte a la Carta de la Galería Vegueta.
Formalismo y estética
El gusto de Emperador por las torsiones leves, las incisiones diseñadas y los patrones zigzagueantes se manifiestan en este repertorio sobre el cuerpo, en el caso de una obra como Mujer portando un objeto minimalísta, de 1998. La evolución lineal de su escultura se evidencia en piezas como la quimérica Hombre flor de lotoy Otomana, ambas imágenes que llevan el cuerpo a una ductilidad surreal y denotan otra de las tendencias quizá menos comentadas del artista, su manera barroca. El formalismo y la estética convergen en el hermoso busto Beso, cuya aerodinámica lisura no es estática ni fija, sino ágil y fluida.
En la exposición de la Galería Punto de Encuentro también se nos ofrece el grato reencuentro con la pintura de Emperador, que si bien más abundante hace algunos años siempre ha estado presente a lo largo de los 90 acompañando su trabajo escultórico. El espíritu de la alegoría multicultural que emanaba la imagen pictórica en la exposición Oekoumene, (Galería Vegueta, 1986) y que también se había manifestado en instalaciones a finales de los 80, con su síntesis propuesta entre color y materiales africanos y sentidos visuales occidentales vuelve a presidir la pintura que se muestra en Baraka.
Esta vez la diferencia reside en acentos críticos y reales que subrayan la trágica historia reciente de la emigración negra subsahariana a las islas Canarias, diferencia que el artista concentra en imágenes de la mortal travesía marina entre las islas y el continente vecino. A las puertas del Paraíso es una satírica actualización del archifamoso cuadro de Théodor Géricualt, que se presentó en el Salón parisino en 1819; esta coincidencia señalada por el crítico Franck González en el texto del catálogo es aún más contundente si pensamos que el terrorífico incidente del hundimiento de La Medusa acaeció en las costas de Senegal, no tan lejos de Canarias. Otro cuadro, Con el agua al cuelloahonda en la tragedia del naufragio. No obstante la imagen que se alza sobre todas en Baraka es, a mi juicio, el políptico Sueños húmedos, imágen impregnada de simbolismo y expresión poética.
Una negra joven yace dormida en un bote a la deriva entre dos tierras; sobre su vientre encontramos un mapa mientras su dedo que roza la superficie del agua describe en ella una espiral. La inacabable serpiente trazada en el océano junto al semáforo suspendido en el aire que prohibe el paso a la nueva tierra actúan como metáforas de un destino encarcelado y sin solución. Los tonos nocturnos de los azules, el uso del negro, el rojo, el amarillo y el verde se conjugan en un colorismo primario que por ello no dejan de concederle una fuerza casi surreal a esta visión del viaje azaroso y desigual entre dos culturas.
29 de Noviembre de 2000