Respuesta a Miguel Jiménez Marrero
Según el Diccionario de la Real Academia, la definición de las palabras escultura y estatua difieren notablemente en sus conceptos. Cito textualmente:
Escultura. (Del lat. sculptura ). F. Arte de modelar, tallar y esculpir en barro, piedra, madera, metal u otra materia conveniente, representando de bulto figuras de personas, animales u otros objetos de la naturaleza, o el asunto y composición que el ingenio concibe.
Estatua. (Del lat. Statua). Figura de bulto labrada a imitación del natural.
Estas dos simples definiciones vienen al caso para contestar al artículo titulado Una ciudad sin esculturas, cuyo autor Miguel Jiménez Marrero publica en este periódico en su sección de FIRMAS del Jueves 29 de Junio de 2000 y cuyo contenido no deja de ser un absurdo catálogo de despropósitos motivado por el desconocimiento y, lo que es aún peor, por la falta de respeto. Si algo puede definir a un ciudadano de cualquier lugar hoy, y en la práctica cotidiana de la democracia, es sin duda alguna la tolerancia y el respeto hacia los modos de pensar y hacer de los demás. También, cómo no, la mesura a la hora de opinar sobre temas específicos. Sabemos de la libertad de expresión como medio de avanzar hacia una sociedad más justa y más culta, pero una cosa es declarar cuáles son los gustos personales, y otra bien distinta es querer imponerlos desde el desconocimiento y la incultura, y para ello no desestimar la descalificación y el insulto como única argumentación. Lamentablemente, en esta sociedad nuestra, la canaria, estamos más que acostumbrados a que sobre arte cualquier persona opine sentando cátedra, y ya sabemos que “la ignorancia es muy atrevida”.
En el escrito del Sr. Jiménez, la confusión de términos con su deseo particular de imaginar e imponer una estética a imagen de sus propias limitaciones, le lleva, como no puede ser de otra manera, a confundir la estatuaria con la escultura de una manera más que evidente, y no duda, para ello, en recurrir a la descalificación como único método de análisis formal y estético. Incurre en el grave error de la intransigencia.
No es el propósito de este artículo entrar en el análisis formal que precisaría cada uno de los ejemplos que en su opinión define como “buenas o malas esculturas”. Solamente, y en relación con su anecdótica referencia a la escultura de Martín Chirino, yo le recomendaría al autor que, para empezar, hiciese un curso de ortografía, pues el título de la escultura de nuestro más internacional escultor es: Lady Harimaguada. ¡ Con H !.
Aparte de esta anécdota que define ya de por sí acertadamente (y sin entrar en otras consideraciones) a quien escribe el mencionado artículo, en el desarrollo argumental de su texto nos revela cuál es su interés real y la inquietud intelectual que motiva al autor para atreverse en los complejos asuntos del lenguaje escultórico y de las artes en general y, de paso, salvarnos (en su cruzada particular) de la barbarie que, el autor entiende, amenaza al buen gusto.
La base en que sustento esta respuesta, sin pretender ir más allá del derecho a réplica por lo que considero un insulto a la inteligencia humana, está en que la añoranza por la estética que conmueve al Sr. Jiménez, pertenece a un gusto ramplón que pretende suplantar la estatuaria que el devenir de la historia del arte nos ha legado como obras maestras por las láminas a todo color de las enciclopedias de arte en oferta de los grandes almacenes, pero, en su documentado análisis prescinde de lo más elemental; el devenir del tiempo y del pensamiento humano. Para ello, y como ejemplos de su extenso conocimiento (a tener en cuenta por los ciudadanos de a pie a los que generosamente quiere educar), menciona ciudades como Florencia, París, Londres, Amsterdam, Bruselas, Viena… Yo no sé, y tampoco lo quiero poner en duda, si el autor del texto ha visitado cualquiera de las ciudades que enumera, o por lo menos, si las ha escudriñado y estudiado, o las ha disfrutado, en base a la relación que entre arte y urbanismo quiere establecer y que tanto parece interesarle. Desde luego no creo que sean las mismas ciudades que yo mismo y muchos de los que nos dedicamos al arte hemos visitado, vivido e incluso palpado, más bien parece una retahíla turística al uso.
A lo largo de la historia del arte, la superposición de los estilos ha configurado la fisonomía de las ciudades y los núcleos urbanos, la convivencia atemporal de las obras ha determinando el peso cultural y la influencia de las mismas en nuestra civilización. Así podemos entender la Torre Eiffel en París (que supongo no será una caricatura para el señor Jiménez Marrero).
Llegados a este punto, y a la vista de su texto, donde dice, y cito textualmente: “Las Palmas de Gran Canaria está necesitada de auténticos monumentos, de Esculturas –con mayúsculas- no de caricaturas de arte que nada representan para el ciudadano de a pie y que, además, es algo que demuestra palpablemente, la incapacidad de los escultores “favorecidos”, para moldear la figura de este o aquel personaje, y rodearle de un escenario adecuado. Aquí y ahora, solo podemos catalogar como auténticas esculturas, la de Fernando León y Castillo, la de Cristóbal Colón, la de Pérez Galdós –versión Victorio Macho- la del ex alcalde de la capital Ambrosio Hurtado de Mendoza y tal vez la de Cairasco frente al Gabinete Literario. Y pare usted de contar. Ahora hemos visto el proyecto del monumento a Kraus y tenemos que incluirlo entre las auténticas obras escultóricas. El parecido con el gran cantante, refleja la mano maestra del escultor.”
Ante estas palabras, modestamente, yo le recomendaría al Sr. Miguel Jiménez Marrero, si tiene interés en hablar (y capacidad para entender) seriamente de estos temas, que leyese el articulo que yo mismo publiqué en este periódico en el suplemento de CULTURA con fecha del Sábado 30 de Enero de 2000, y que se titulaba “Un paseo de Père Lachaise en Las Canteras”, y que son unas reflexiones personales, con conocimiento de causa, sobre una escultura que, curiosamente, el Sr. Jiménez menciona y alaba como una auténtica obra escultórica en su artículo; me refiero al monumento a Alfredo Kraus. No sólo es el parecido o la imitación del modelo lo que subyace en el valor artístico de una obra plástica, en este caso una escultura o estatua.
Así mismo, desde esta tribuna le invito, una vez se haya documentado ampliamente sobre estos asuntos, a mantener conmigo o con cualquiera de los artistas (que en su articulo airadamente desprecia), un debate sobre este tema que tanto le apasiona y que evidentemente debería discurrir con el mutuo respeto para contrastar ideas y conocimientos, pues es bien sabido de todos que “sobre gustos no hay nada escrito”, pero sobre escultura y arte existe, afortunadamente, una considerable y amplia bibliografía especializada, que está en las bibliotecas públicas a disposición de cualquier ciudadano preocupado por elevar su nivel cultural.
También le recomendaría al Sr. Jiménez que considerase la posibilidad de dirigir sus críticas, en alguno de sus lúcidos escritos, a los responsables municipales, quienes en última instancia son los que promueven y autorizan “los muertos”, “mamarrachadas” y “caricaturas de arte” que describe en su texto, pero entiendo que ello podría plantearle ciertas contradicciones ideológicas. Menos comprometido es cargar las responsabilidades sobre los artistas, al fin y al cabo estos no detentan el poder.
En este orden de cosas, rebatir punto por punto las ideas planteadas por el Sr. Jiménez en el mencionado artículo, me resultaría fácil, pero no es esa mi intención por no ser éste el medio más adecuado por la extensión y la especialización que el tema requiere. Únicamente espero que esta respuesta le sirva de ayuda al Sr. Jiménez y le anime también, cómo no, a estudiar un poco más y a fondo la Historia del Arte por si su intención y deseo íntimo fuera iniciarse en estos menesteres de opinar públicamente sobre la creación artística.
Sería para mí una gran satisfacción si con esto consiguiera que hubiese un “ciudadano más con cultura”.