Desciendo la cuesta San Pedro, llego a Triana, y en la intersección con Malteses, la calle se me presenta cuesta arriba.
No, no es una apreciación banal, es un efecto óptico motivado por su actual morfología. Demasiadas líneas rectas que ascienden trazadas desde el pavimento hasta la media altura humana y que, incomprensiblemente, acaban ahí sin definirse, ocultando, con breves puntos de luz alineados, meticulosamente exactos, los valores de algunas fachadas modernistas que, en un día no muy lejano, formaron parte de la piel de esta vía pública.
Observando estos elementos decorativos aún existentes; curvas en torno a dinteles, cenefas en paramentos, balcones de hierro forjado y un águila de bronce en la esquina de la calle Travieso, me devuelven a la memoria la apacible vista plana y la línea curvada de la acera que, sutilmente, invitaba a recorrer la calle sin prisas, en menesteres comerciales o bien por puro ocio, deleitándose uno en el paseo y la conversación, sabiéndose, arropado por una armonía de formas caprichosas, de una epidermis cosmopolita que se identificaba con su carácter de vía principal, de calle comercial, por antonomasia, de la vieja ciudad que siempre permaneció abierta al Atlántico.
Tiempo después, en el tiempo del neón y el metacrilato, cuando las prisas y la eficacia se instalaron definitivamente, otra relación espacio – temporal se estableció entre el ciudadano y la calle Triana. Los maceteros, las farolas y los bancos alineados, dispuestos frente a frente, sedimentan un discurso paralelo que va desde Malteses a San Telmo y que dificulta, más bien distrae, la relación del individuo con la arquitectura aérea, la que se despliega más arriba de la planta comercial que, con sus ampulosos escaparates llenos de luz y multicolores bienes de consumo, obliga a mantener la vista en la rasante, no más arriba del anuncio luminoso, reforzando este efecto óptico anteriormente mencionado y, en medio de todo ello aún subyace, como una sombra de lo que fue, la relación transversal de la vista, escudriñando, de derecha a izquierda, de arriba abajo y viceversa, en busca de referentes visuales pegados a la memoria.
Estas apreciaciones, si quieren Uds., subjetivas fueron determinantes a la hora de encarar el proyecto de una escultura-celosía para el edificio que promueve BASMALU S.L., en la cuesta San Pedro.
Entre las premisas del proyecto se establecía desarrollar una estructura dinámica y transparente, un cerramiento que dejara ver el antiguo callejón allí existente y que, a su vez, potenciara la identidad del edificio en cuestión, dotándolo de una singularidad, de un elemento de identidad acorde con el entorno privilegiado e histórico de Triana.
Recurrir a una cierta estética basada en los pocos ejemplos de arquitectura modernista, que aún sobreviven en la calle, se hacía evidente a cada instante que me aproximaba a las diferentes soluciones formales de este proyecto.
Así, en la solución final, la verticalidad se altera con curvas y planos que se abren al exterior. Espacios huecos que permiten “respirar” a la pseudo-fachada que constituye esta escultura–celosía. Perforaciones, en la superficie, que “dibujarán” una piel interior por el efecto de la luz natural durante el día, así como otra provocada por la luz artificial, desde el interior, durante la noche, dotándola de una riqueza formal que trasciende la bidimensionalidad.
El arco de entrada, el acceso físico al inmueble, se ha solucionado con la repetición de los dinteles existentes en ambas fachadas colindantes, forzando así una continuidad de líneas de fachadas tradicionales y asumidas. La incorporación de la clave, en el centro de la curva, refuerza la unidad del conjunto y fija un punto de peso en la composición uniendo la parte superior e inferior de la misma mediante una línea imaginaria, pues ambos elementos permanecen separados por un hueco que aligera todo el conjunto, unificando el espacio exterior con el “aire” interior. Así, la escultura-celosía, no se limita a una “epidermis” de fachada, sino que incorpora, a la misma, el “aire”, el espacio exterior de la calle y el interior del callejón. Una relación espacial que, a mi entender, es de vital importancia para su definición, su identidad de escultura autónoma que viene a cumplir, en este caso, la función de celosía.
Leopoldo Emperador. Mayo 2002