LUNAS CRECIENTES EN LA PUERTA ATLÁNTICA DE LEOPOLDO EMPERADOR

La presencia de una estructura de grandes dimensiones alzada en un espacio abierto sugiere la idea de que aquella, como el resto de las cosas bellas, podrían alcanzar una longevidad casi perenne; quizá, una inmortalidad, ya que el hombre no la posee, que testimoniara con el peso de las centurias lo que una vez ocurrió en algún lugar determinado. Pero la acción erosiva de los humos, ya se sabe, mermará con absoluta seguridad la juventud de cualquier creación que se emplace en un espacio abierto. No obstante, el natural envejecimiento de estas estructuras alzadas para el deleite visual parece colaborar en la supuesta dignificación de su condición artística al teñirse de historicidad con el paso del tiempo.

Es común que a niveles artísticos se de una sensibilidad peculiar a la idea de que es necesario adquirir una conciencia del paisaje urbano, además de pragmática, también estética. El hecho de que la planificación de nuestra ciudad sea extremadamente longitudinal debería estimular la necesidad de alzar esculturas que disminuyan esa tensión espacial generada por esta particularidad topográfica de una ciudad como Las Palmas.

El proyecto que presenta en maqueta actualmente Leopoldo Emperador en el Colegio de Arquitectos (ideado en 1994) propone una escultura de grandes dimensiones en un espacio abierto, y por tanto, resume el punto anteriormente mencionado. La verticalidad de esta pieza, como cualquier otra tridimensionalidad, rompe la inercia tediosa de una ciudad que crece longitudinalmente y se alarga de extremo a extremo, como la epidermis elástica de una serpiente estirada que cuando engulle parece crecer de cabeza y de cola.

La escultura proyectada supone el contrapunto formal, la referencia en clave de alzado a la idea de punto neurálgico alrededor del cual se trazan unas vías de circunvalación y se desarrolla una segregación de tráfico rodado. En este recorrido, monótonamente lineal, la puerta saluda o despide, depende, a los automovilistas con aires salinos que, desde el Atlántico, perfuman la Avenida Marítima.

Si alzamos la escultura en planos advertimos que se trata, en realidad, de un poliedro cuyos lados difieren ópticamente unos de otros, percepción ilusoria que variará de acuerdo con la situación del conductor en las vías. Por ello asemeja a una puerta giratoria de cuyo eje central o columna vertebral parten las hojas que se fragmentan repetidamente en semilunas y cuyas convexidades miran al cielo y escalonan el espacio celeste hasta topar con un semiarco en forma de herradura que corona la escultura. Su volumen es rotundo, sí; pero su composición está dominada por lunas crecientes o decrecientes, según se miren, que a modo de construcciones vacías ahuecan la escultura y la aligeran de forma admirable. Estos sistemas de vanos crean una buena relación espacial entre las piezas. Y, sobre todo, visualmente permiten la proyección continua de la perspectiva. Asi es como la visión del horizonte no se ve truncada por una escultura compacta y cerrada, bien al contrario la concepción constructiva de sus elementos compositivos posibilitan una obra abierta y dinámica, como una puerta rotatoria cuya articulación espacial de sus extremidades se extienden muy alejadas de su eje central. Sin duda, este es uno de los mayores aciertos de Emperador: el hecho de haber logrado concebir un sentido abierto y giratorio de esta macroescultura, o también, lo que actualmente se suele nominar en clave de combinados o binomios plásticos la “arquitecto-escultura” o, para acabar con la retahíla de bautizos, la escultura arquitectónica, mediante la articulación abierta de sus volúmenes que se suman al espacio azul como cualquier otro elemento en él. Encajar la escultura en un espacio tan abierto y a tales dimensiones de escala entraña, para cualquier artista, dificultades obvias. Sin duda, el ritmo de tráfico rápido y el enredo vial que lo acompaña parece alentar la creación de un entramado escultórico asimismo dinámico. La puerta exige una contemplación ágil y por ello una definición espacial determinada.

Bien podríamos hablar de un sistema por iluminación natural y otro por luz artificial durante las horas de nocturnidad. En el primer caso, se trata de una escultura a priori pensada de modo que, sus volúmenes, arco superior, entrantes y salientes, estén adecuados a la incidencia de la luz diurna, mientras que, para las nocturnas, la escultura permite alojar un sistema de luces en aquellos puntos visualmente más estratégicos.

Como es habitual en el discurso de Emperador desde sus comienzos artísticos hay, en esta pieza, un contenido teórico que otorga carácter simbólico a la misma (expresado en el texto de su catálogo). El artista fundamenta la construcción de la escultura en la idea de que se proyectó para ser emplazada en un lugar cercano al mar como un elemento que emerge del territorio sin abandonar las miras al borde marítimo. Por ello en numerosas ocasiones me ha parecido visualizar la estructura de un gran pez cuyas aberturas branquiales aletean pidiendo oxígeno después de haber sido sacado de su medio.

Se trata de una obra que anhela absorber todas las experiencias que la huella del tiempo (y también los humos y otras sustancias) deposite en ella. Su presencia se erigirá (si la dejan) como la formación visible de episodios viarios que sucederán en el existir cotidiano de la ciudad. Ella se untará de historia con los pasos figurados de su estática existencia. Pero de momento, el proyecto se encuentra en estado fetal (por eso es proyecto) dispuesto en una incubadora.

Nuria González Gili 1997