Leopoldo Emperador acude de nuevo a las vanguardias históricas para recrear el discurso plástico que da sentido a esta muestra. Acudir a aquellos movimientos que pusieron en cuestión la idea de la representación estética a comienzos del presente siglo, no es ya sorprendente en este artista. Cuando hace algunos años decidió abandonar el territorio definido por los planteamientos conceptuales, espacio fértil por lo que respecta a los procesos creativos pero excesivamente complejo en cuanto a la receptividad con un público autista como lo es el canario a todo aquello que se sitúe de modo fronterizo en posiciones donde el valor intelectual cobre una posición de dominio, Emperador asume localizar un ideario estético que le posibilite conjugar sus preocupaciones creativas con la apertura hacia un público más amplio que le permita prescindir de ciertas rémoras y malos entendidos que se habían generado con su obra.
Encuentra este espacio estético en el consenso que establece entre las estructuras formales que situaron en crisis el sistema de representación tradicional de la cultura europea y todo el conocimiento que había ido adquiriendo en sus años de formación. Reinterpretar los escultores del hierro de principio de siglo a la luz del presente podría ser, reduciendo conscientemente sus apetencias artísticas, lo que mejor podría definir a estas experiencias que Emperador nos muestra. Esta voluntad historicista, no esconde su anhelo de desvelar todo el proceso creativo que aquellos primigenios artistas presentaban en sus obras. Las, a menudo, procelosas aventuras artísticas y vitales que recorrían admirablemente las creaciones de las vanguardias hoy son ya piezas museables. Han adquirido el estatus de nobleza que la aceptación social trae consigo. Sin embargo, tal aceptación ha incidido en cierto sentido negativamente en lo que significa la transformación radical de las formas que estas piezas engendraron.
La rápida asunción de sus planteamientos formales por parte de una sociedad que veía en ellas, antes que nada, símbolos de una cierta manera de entender la vida y por extensión el arte mismo, redujo su impacto estético.
Emperador propone un ejercicio simple en cuanto a su presentación formal, pero complejo en lo que poseen de ahondar en el espíritu que las creó. Todavía quedan multitud de detalles, vericuetos, que trascienden de la mera representación formal, en los conceptos que animaron a estas piezas a ser creadas. Esta es la vía escogida por Emperador para dar rienda suelta a sus virtudes como artista.
La concepción extendida en todos los dominios del arte, del fracaso del ideario de estas vanguardias históricas se encuentra en la base de esta voluntad de recuperación. La filosofía a partir de la cual se transformó el mundo de las formas es una constante de la naturaleza humana: cualquier situación que cobre consistencia desde la diferencia a lo establecido alumbrar nuevas maneras de interpretar la realidad. Creer que semejante programa se agota con el desmantelamiento de determinadas tendencias es apostar decididamente por la primacía de las estructuras del mercado del arte sobre el arte mismo.
Las vanguardias históricas descubrieron un extenso territorio aún en parte inexplorado. Que lo que ya se ha hecho posea en la actualidad el reconocimiento, merecido por otra parte, no implica que de ellas no se pueda extraer nada más. Antes al contrario y Emperador, al igual que muchos otros artistas que hoy tratan de redefinir un espacio intelectual propio encuentran en ‚éstas las bases de sus experimentaciones artísticas. Nada más y nada menos.