Leopoldo Emperador agrupa un proyecto de arte público, el bronce Anitra´s dance (67 x 14 x 13,5 cm.) que elevó a 3 metros para un parque en Oslo, más una serie de grabados realizados en los últimos años para ayudarle a pensar la escultura. Los miramos en su exposición del 2007 El jardín perfumado (Centro de Artes Plásticas. Las Palmas de Gran Canaria) que nació del entronque y encuentro de la figura de la sensual bailarina Anitra (un personaje de Peer Gynt, el poema dramático en verso de Henrik Ibsen) con una obra central de la literatura erótica árabe, El Jardín Perfumado, escrita por un jeque, Nefzawi, a principios del siglo XVI. A este escenario de referencia directa, el jardín amoroso y perfumado de tilos, sicómoros, rosales y palmeras, le añade ahora el jardín de Giverny, el santuario donde Claude Monet construyó su puente japonés sobre el estanque de los nenúfares.
Miramos un paraje ideal, un jardín privado y cerrado. Su llave está oculta y sólo pueden entrar los poetas. Ahí habitan la sensual hurí desnuda y de grandes ojos (Huriyah), las tres gracias y el maestro Monet. El ambiente, construido con las flores y sus olores, los árboles y sus sombras y, desde Giverny, con el agua bajo el puente, indica que es un jardín del placer que invita, más allá del dominio de la vista, a los otros sentidos que nos unen al mundo. Leopoldo acoge a la literatura del pasado pero su amistad con el poeta José Antonio Otero nos sugiere la común fascinación por el jardín y la conversación pues, como Octavio Paz escribió en 1991, son “las dos artes supremas de la verdadera civilización”. Ese mismo año el poeta Otero le dedica a su amigo “Isa Neibmat” (“así también”) pues ”Dispensas, igual que Adán, las mariposas, / campos de soledad, mustio, callado, / Rosas de tu rosal que no es de rosas”.
Desde la última década del pasado siglo abandonó aquellas grandes instalaciones construidas en el espacio de la sala y las experimentaciones formales cuya materia principal era la energía de la luz artificial y el color de los neones, además de objetos industriales, piezas construidas en hierro, muros de adobe y arena. Son obras ancladas en las prácticas contemporáneas que se desplazaban al conceptual ya que la obra se dirige, en especial, al intelecto y la idea.
Ahora irrumpe el erotismo, la sensualidad olorosa del jardín y la imagen poética. Retornan las figuras humanas que había reprimido y establece diálogos y confrontaciones entre pasado y presente que evidencian algunas figuras invitadas pero en una obra de madurez que resulta inclasificable. Así entrevera una cita directa e irónica al Origen del mundo de Gustave Courbet junto a intereses vanguardistas de la serie erótica de Picasso, mientras las tres gracias del jardín no son las clásicas de la belleza, el encanto y la gracia sino figuras alargadas, deformadas y des-humanizadas que se confunden con los fondos. Es la desintegración de las formas orgánicas, de gran recorrido en la historia de la escultura del pasado siglo, la que está en las formas de superficies pulidas de Anitra´s dance.
Pero la última “afinidad electiva” de Leopoldo Emperador es Monet y Giverny es la pieza. Un entramado horizontal de líneas orgánicas divide el espacio: arriba el puente japonés, abajo las sombras que proyectan esas líneas sobre el pavimento. Es conocida la obsesión del pintor francés por el agua, sus reflejos y lo esencial de la luminosidad. Esta es la referencia y el tema del nuevo Giverny escultórico pues la luz se filtra y traza las formas abstractas del agua en el suelo. Ya no es sólo la materia pulida y el espacio. Es otra vez la luz artificial como materia. Por tanto hay un punto de vista que nos puede interesar: nos paramos, miramos hacia abajo y ¡zas!. Leopoldo se ríe: se ha lanzado con sutileza a las modulaciones luz-sombra de las aguas de David Hockney, el pintor británico pop de las piscinas californianas.
Saro Alemán
Mayo 2008