Desde que uno anda a vueltas por el mundo del Arte (y de eso ya va para el cuarto de siglo largo) han sido muy escasas las ocasiones en que don Azar le ha ofrecido a uno la oportunidad de contemplar agradecido cómo, pese a todo y a todos, la firmeza de carácter, la sensibilidad inteligente y el amor por la obra bien hecha pueden reunirse en una sola persona. En la circunstancia que aquí y ahora nos reúne se trata de la de Mi Amigo El Poeta:
Este hombre se llama Leopoldo Emperador, ha cumplido lo que está a la vista, lleva en ello ininterrumpidamente desde que tiene uso de razón, pero tomen cuenta que tiene pensado seguir, igual que hasta ahora, muy por encima de todos nosotros, incluso de su propia persona cuando haga falta, como sea, porque se trata, insisto, de un Poeta; de alguien que ni se confunde ni confunde, de alguien que siempre sabe cómo por debajo de su identidad con nombre y apellidos, de su historia personal, de sus rupturas y sus amores, de su trayectoria artística, la verdad de lo invisible, de lo que aún no está, sigue empujando para ser, para aparecer, y para ello necesita de la mano, de la voluntad del poeta, del escultor, del artista que no se engaña y siente sin fallos, sin dudas ni reticencias, el fraude como fraude, el sustituto como sustituto, y que así, descuidado de la pesadilla común (valga la redundancia) sabe marchar cotidiano al encuentro de lo posible, dejándose deslizar sin miedo por el plano inclinado de la existencia, tras esos vislumbres de hermosura, de verdad, de gozo que a todos y cada uno de nosotros nos rozan cada día la piel o pasan por delante de nuestras atufadas narices, para responder en su caso sin más con un estremecimiento y un respiro de vida, que al desinteresarse de la opinión o el gusto de la época, de las consignas del Espectáculo, del contento de quienes viven bajo el dominio de los conceptos generales, de las mañas y marañas de la pobre crítica vendida, incluso del desencanto de los que aún ignoran que el aburrimiento no es otra cosa que la disolución del dolor en el tiempo…, quiere y sabe y puede irse modelando el otro, el tiempo interno, para cuajarlo en formas que son figuras; en imágenes que saben convertirse en símbolos, en realidades que de tan rotundas se elevan muy por alto de las certezas que somos capaces de nombrar o describir.
El espíritu, la voluntad o el alma, como ustedes prefieran, de Mi Amigo El Poeta, ha decidido cantar en silencio, aquí y ahora, en estas once piezas concebidas para celebrarse a sí mismo:
en los gozos y los misterios y las ternuras y los imprescindibles tormentos de la Femme Tourne-Bouchón, Abrementes o Despertadora;
en Su Otro Yo, el Plural, el amoroso Compañero Imbatible de la conversación lúcida entre ilimitadas Cervezas;
al que se tumba a ver pasar las nubes, al nefelibata, el Birdwatcher, el Observador del Vuelo, a veces tan risible, tan perdido, de todos nosotros;
al ponderado Equilibrista que hay que seguir siendo para irse, en el borde del abismo como debe ser, absurda, kafquiana, a la manera del geómetra Spinoza, puliéndose la vida;
a la Mujer Con Tocado Espiral que igual representa la Tierra de Arriba, la Non Trovada o la Dama del Aire que nos lleva por fortuna donde no se sabe;
a la Mujer que pasa, yo creo que semisonriendo a lo suyo, portando un Objeto misteriosamente Minimalista;
a la Bañista o Señorita de Avignon que hace reposar junto al agua su capacidad infinita, eso sí, en plan guerrero;
a la Otomana, la diligente, la hacendosa, la que desea disponerlo todo para que esto prosiga, pese a los sobresaltos, con algo de tranquila, cotidiana comodidad;
al Músico que sabe hacerse madera y cuerda y liana y agua y bosque y brisa y vibración y encanto y canto a lo que hay, porque es inmenso…,
y la elevada perplejidad que Mi Amigo El Poeta nunca deja de sentir cuando la vida, que es menester de ojos y de yema, porque es la gran razón de su oficio de escultor, alienta.
José Antonio Otero