Leopoldo Emperador es el miembro más joven del grupo Contacto-1 y quizás también de su generación. Su primera exposición pública individual consistió, y no por mera casualidad, en una “instalación-ambiente” (Casa Museo de Colón, Las Palmas de Gran Canaria, 1976). Pero ya antes le habíamos conocido en su estudio-taller de la casona de los Alzola en la calle Juan de Quesada.
En su frontispicio, quizás sin él mismo saberlo, el que más tarde se iba a revelar como gran manipulador del teatro del esperpento valleinclanesco, el Emperador deslumbrado (si esto puede así decirse) por las arpilleras millarescas, colgaba un cartel que ocultaba otro: el alquimista del espacio y de muy altos vuelos. Su obra posterior, muy variada y extensa, y que ha recorrido muchos lugares y participado en muchos certámenes, tanto en las islas como fuera de ellas, así lo corrobora. En la actualidad está comprometido en un proyecto de escultura urbana a ubicar en la avenida Marítima, que data de 1994, y que el autor titula Puerta Atlántico, así como suena. He examinado con detenimiento textos, fotos y bocetos, así como la recreación por ordenador de la escultura y su entorno (la rotonda de la desviación de Juan XXIII), que Leopoldo Emperador me trae.
Y esto me adentra de lleno en el simbolismo de la ciudad en su autonomía. La ciudad contemporánea corre el riesgo de caer en tal degradación moral como pueda suponer la separación de sus creencias más fundamentales. Emperador, en su proyecto, no transgrede la regla según la cual hablar de la tradición implica forzosamente una referencia al presente. Si no hubiera crisis permanente de la ciudad y de su sistema de valores, no haría falta erigir estatuas y monumentos. Platón cifraba en tres puntos este sistema, a saber, la paideía o la transmisión escolar del saber; lo que se considera auténtico y verdadero (tá nomizómena); y la costumbre y los antepasados (tá pátria) o también simplemente lo aural, akoé, lo que se dice entre la boca y el oido, pero que viene de muy antiguo. Emperador se propone conjurar, en interés, sobre todo, de la ciudad futura, las técnicas de persuasión más eficaces. En esta escultura que ahora se nos presenta, la mitología, desde siempre tierra de exilio, se trasforma en una vasta configuración de proyección irregular, cuyas formas y perspectivas, puede resultar interesante analizar brevemente. La ciudad o, mejor dicho, la gran urbe, se extiende, según la descripción del profesor Fernando Martín Galán, que aquí seguimos, por la llanura del litoral a nivel del mar (desde La Laja al tómbolo o istmo de Guanarteme, con una longitud de aproximadamente diez kilómetros), saltando al anfiteatro montañoso de la plataforma detrítica superior a través de un acantilado muerto o escarpe desgastado. El barranco Guiniguada, como es sabido, divide esta amplia área en dos grandes subáreas, al sur y al norte de la cuenca. Su superficie total aproximada es de unos 24 kilómetros cuadrados. En su conjunto conforma, siempre según el profesor Martín Galán, un polígono convexo de cuatro lados desiguales, cuyas líneas imaginarias siguen el trazado desde el lado mayor de dirección Sur/Norte que une la playa de La Laja con la montaña del Vigía en la Isleta. En la dirección Norte Este/Sur Oeste, une esta montaña con el litoral del Rincón. Desde aquí, con rumbo Norte/Sur se penetra al interior alcanzando a Cuesta Blanca, para desde allí, partir con dirección Norte Oeste/Sur Este, hasta unirse de nuevo con La Laja.
En el centro neurálgico de este vasto perímetro, la escultura de Emperador arrancaría al silencio de la autovía ruidosa, la inversión, de la que habla Marcel Detienne, de la voluntad de tradición de todo un pueblo, en el triángulo que trata de recomponer la memoria rota. La cara noble de este triángulo, la que se contemplaría desde el mar, semeja una figura. Es, se nos antoja, el guardián de la Puerta. Su simbolismo invoca a Hestia, en tanto potencia del Hogar de la ciudad. Contemplar esta escultura por sus tres costados, el que da al Norte, el que da al Sur, y el que da al Este, del que hablamos, es como ver al completo a Hestia misógina, la ciudad en su autonomía. Es verla en sí misma y en sus estatuas, en sus agálmata. Puerta Atlántico significa (y señala) igualmente el Consejo de la Ciudad, la Boulé, así como el lugar de depósito de los ingresos, la Hacienda Pública. Para los habitantes, los idiotai, Hestia se identifica con el hecho mismo de vivir, con la vida en sí misma. Mientras que para el gobernante (archóm) es el poder, la dínamis de su poder, de su arché. El simbolismo en sentido fuerte de esta propuesta de Leopoldo Emperador, se mueve entre la vida individual de cada fuego o lar singular y el poder colectivo encarnado por Hestia a través de los tres rostros de su unicidad, a saber, El Consejo Municipal, el Tesoro Público y el poder de mandar en sí mismo. La Hestia política, resumimos de Detienne, que al imperativo de su poder añade la vida privada de cada uno, se edifica en torno a Puerta Atlántico y su entorno el espacio de su autonomía, materializada por el pritaneo, la morada de los magistrados que ejercen el poder.
Ulises/Emperador -extraemos finalmente de Detienne- se interrumpe y pone fin a su relato: ¿Por qué retomar la historia de ayer? ¿Por qué mitologizar (mythologeúein)?. Si Ulises/Emperador con este audaz proyecto, que se propone potenciar ese algo especial y mágico que el espacio del nudo de Juan XXIII de por sí posee, punto por punto nos cuenta su historia (mython…katalégein), es decir, se siente forzado a constituirse en su propio aedo, seguramente es porque la cultura consiste también en el aire que se respira. Y porque ninguna pheme, ningún rumor, muere por completo. Es el rumor que entra por el Puerto de La Luz, al que la ciudad ha sacrificado muchas de sus potencialidades, la noticia que viene por el aire a través del aeropuerto, los rumores que vagan, innumarables, en medio de los ciudadanos. Y este monumento se erige sobre la base de un buen rumor, a la vez oracular y político. Estaría ubicado en el lugar exacto o cordón umbilical de la autovía Marítima, bajo la forma de un preludio o proemio que los griegos a menudo llamaban paramythion. Su cara noble, su cara que da al mar, es la víctima propiciatoria de Hestia, que además de ser escogida por un jurado, se señala así misma y de una vez por todas, manteniendo la cabeza “baja”.
José Luis Gallardo
27 de Febrero de 1997