Embarrancar para construir. Acudir al despiece para fundar, distribuir las formas de una entidad nueva, imprevista, como el sol que cae sobre los mercantes en espera de estiba, frente a Las Alcaravaneras, por ejemplo. Es decir; una entidad, un cuerpo, no tan repentino como luego lo pensamos, y lo acariciamos dormido boca abajo mientras la noche se nos concede blanca, precisamente para escribir y sentir que ese cuerpo era la presencia soñada, la presencia que por fin acude tras larga espera o, sencillamente, después de mucho tiempo de deambular con la mente en blanco, fijándonos distraídamente en los zócalos, en los detalles de las esquinas. Y entonces puede suceder que ese cuerpo no sea tan reciente, como tampoco el sol que emerge cada día entre los barcos a la espera de atraque.
Y sin embargo, hemos de creer que la entidad que amanece a nuestro lado -cuerpo, pieza escultórica, texto- es nueva. Porque con todos los preámbulos, con todo aquello que de nuestro obrar se nos veía venir, su luz nos sorprende. Y nos deleita la armonía de unas formas en la que ya apenas creíamos, por la inercia contra la que debemos estar vigilantes. Y nos enamoramos del trabajo de ir descubriendo algo que, por fin, nos apasiona y nos quita el habla para tan sólo decir: es eso.
¿Es esto un poema de amor?. ¿Es esto un texto para acompañar a la obra reciente de Leopoldo Emperador?. Ambas cosas, y dos secretos más, que únicamente al escultor y al poeta le conciernen. Porque son presencias, como antes he aludido, que se manifiestan en la materia. Pero están -en su caso, está- al otro lado de lo evidente, como la sombra iluminada que dicta en la pared una escultura de Leopoldo Emperador.
Muchas son ya las complicidades entre el escultor y el poeta. Como las noches azules en las que han coincidido nuestras respectivas presencias ausentes, atravesando nuestras travesías y marcándonos la encrucijada, el reto, la elección y el riesgo.
Lo que me gustaría referir ahora no es la historia de esas noches, insulares y continentales -brumas del Norte esclarecidas al aire de nuestras islas- , sino la capacidad de sorpresa con que Leopoldo Emperador vuelve a regalarnos. Y capacidad de sorpresa quiere decir hallazgo inusual, completud al margen de dogmas estéticos, entregado al amor, lúcido, de quien es plenamente consciente de haber elegido un camino solitario, y atemporal, como le comentaba el artista catalán Jordi Benito a propósito de su reciente exposición en Barcelona (”NA- àNIMI”, Centre d’Art Santa Mónica, abril de 1993).
Cuantos artistas pueden borrar hoy en sus obras la frontera entre amor y trabajo? O cuantos han reparado, siquiera por un momento, en esa antigua alianza?. En Leopoldo Emperador, el amor por el desguace y el amor por una figura sorprendente viene a ser lo mismo. Y ahí radica la especificidad de su trayectoria, la inspirada singularidad de su travesía. Por eso, quienes escribimos no de memoria sino con las entrañas, volvemos a sentirnos cómplices de la noche encendida del taller a la interperie, doble del otro taller, oro y azul, donde porque es capaz de sentir, es capaz de crear formas de la pasión.
Barcelona, 1 de Junio de 1993.