«Una de las cosas que debemos dejar bien claras -si no queremos perdernos en la aparente baraúnda del arte actual- es que el arte no se ha vuelto loco. Esta expresión – repetidamente oída en boca de muchos, incluso entre entendidos- viene a ser como el resultado de una interpretación idealista, que concibe el arte como un ente absoluto, por encima de nuestras cabezas, dotado de cierta organicidad, del cual los artistas (esos «iluminados») no son sino meros interpretantes.
No, el arte ni se ha vuelo ni puede volverse loco; si acaso, los que estamos un poco locos somos nosotros, la sociedad, esta sociedad hoy en plena descomposición, que el ascenso de la burguesía desde finales del siglo pasado, con pretensiones de eternidad había fundado.
Si miramos las cosas desde una perspectiva real, entonces podemos verlas de otra manera: el arte como producción social del hombre individual. Como expresión del compromiso del hombre individual con la sociedad. Así, si la sociedad cambia y se transforma -por la base- y si esos cambios son cada vez más acelerados; más sofisticadas las tecnologías; al hombre y a su quehacer artístico se le presentan dos opciones fundamentales: o se inserta en ese ritmo de cambios y de novedad (el compromiso en el sentido de la vanguardia) o se anquilosa y pretende dar marcha atrás (el compromiso en una inútil empresa de evasión). Leopoldo Emperador, este joven artista que expone actualmente en la Casa de Colón, se instala consciente y valientemente en la primera, en el arte auténticamente comprometido, de participación».
José Luis Gallardo.